Me reclino sobre el tallo tronchado del clavel, como si éste fuera mi hermana.
Me cobija con su mudo aroma y yo me reclino para levantarme de inmediato.
Vamos juntos al salón;
lo dejo con sus hermanas, las que trajiste de tu viaje,
lo arrullo a la fuerza sobre el pecho de su hermana; me refiero al clavel, que veo completamente blanco.
Las flores no tienen más culpa que la de ser flores; la fragilidad carece de buenos nombres.