Ligera como quien paga sus pecados con un simple picor, a salvo de la sospecha de caerse.
Despreocupada de l largo camino y de la escasa iluminación ¿Qué hará falta para podar la dureza de esta noche,
además de un pañuelo de papel y de un lápiz?
Así comienza mi estrepitosa soledad que llega hasta al aroma del café;
alejado por completo de la gente, y también cerca de otros, y de mis amigas.
Entre ellos y yo, tan solo nubes de humo que escapan de sus narguilas;
entre ellos y yo, sus idiomas que apenas conozco;
entre ellos y yo, mi vieja herida en el corazón me recuerda que, al fin y al cabo, somos seres desgraciados.
Me repliego sobre mis nuevas, viejas y mortales heridas como un caracol cuidadoso y frágil
y rasco mi corazón para que así parezca que está acompañado.